"No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios", "El hombre es justificado por la fe en Jesucristo", "El amor es paciente, es bondadoso", "No nos cansemos de hacer el bien", y "Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y todo el conocimiento, y si tengo una fe que traslada montañas, pero no tengo amor, nada soy". San Pablo -OSB
San Pedro y San Pablo
Llamar a éstos santos mártires “pilares” de la Iglesia no es gratuito. Sobre ellos descansa el “peso” del rebaño de Cristo que peregrina en el mundo como si de columnas de un edificio se tratase. Sin ellos, el “edificio” se vendría abajo. Con ellos, siempre hay equilibrio o balance. Así lo aclara San Agustín en uno de sus sermones:
“El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo… Es que ambos eran en realidad una sola cosa aunque fueran martirizados en días diversos”.
Una sola Iglesia: un solo anuncio
En consecuencia, siguiendo al Obispo de Hipona, recordamos también que la unidad de la Iglesia se selló con la sangre del martirio. El primero en derramarla fue Nuestro Señor Jesucristo, quien quiso compartir su sacrificio de amor con los hombres, de la misma manera como puso en manos humanas la misión de conducir la barca que es la Iglesia: así, el Apóstol Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre ésta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18).
Pablo, el ‘Apóstol de los gentiles’: quien fuera por un tiempo perseguidor de cristianos, y que después daría un vuelco total de vida, convirtiéndose él después en el más ardoroso evangelizador, entregado a esa misión sin reservas.
Pedro y Pablo: el sello de la unidad
Tal como recordó el Papa Benedicto XVI en el año 2012: “La tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a San Pedro y a San Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo… Aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos. Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad”.
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