Clara se preciaba de llamarse “humilde planta del bienaventurado Padre Francisco”.
“El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre.”
Santa Clara de Asís
ORACIÓN
«Verdaderamente santa, verdaderamente gloriosa, reina con los ángeles la que tanto honor recibe de los hombres en la tierra. Intercede por nosotros ante Cristo, tú, que a tantos guiaste a la penitencia, a tantos a la vida».
«Clara de nombre, clara en la vida y clarísima en la muerte».
El Papa Francisco en la Plaza de San Pedro y parte de su reflexión del Evangelio del Domingo 9 de agosto, 2020.
El Papa Francisco explicó a los fieles que congregados en la Plaza de San Pedro que “esta historia es una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación”.
“Pero Él es el Resucitado, el Señor que ha atravesado la muerte para ponernos a salvo. Incluso antes de que empecemos a buscarlo, Él está presente junto a nosotros.
Y levantándonos de nuestras caídas, nos hace crecer en la fe”.
El Pontífice insistió: “Dios no es el huracán, el incendio, el terremoto; Dios es la brisa ligera que no se impone, sino que pide escuchar. Tener fe quiere decir, en medio de la tempestad, tener el corazón dirigido a Dios, a su amor, a su ternura de Padre”.
El Papa Francisco explicó a los fieles que congregados en la Plaza de San Pedro que “ésta historia es una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación”.
“Cuando sentimos fuerte la duda y el miedo y parece que nos hundimos, no tenemos que avergonzarnos de gritar, como Pedro: ‘¡Señor, sálvame!’. ¡Es una bonita oración! Y el gesto de Jesús, que enseguida tiende su mano y agarra la de su amigo, debe ser contemplado durante mucho tiempo: Jesús es eso, es la mano del Padre que nunca nos abandona: la mano fuerte y fiel del Padre, que quiere siempre y solo nuestro bien”.
“No hay nada tan grande – escribe – como el corazón del hombre, allí en su intimidad, vive Dios”. Incansable adoradora de la Eucaristía, provoca la fuga de los sarracenos de Asís con la píxide en sus manos.
Unos instantes de plegaria, que colman el ambiente como una columna de incienso. «Postrada en tierra hizo oración con lágrimas...»
Siente su responsabilidad de Abadesa-Madre de aquel racimo virginal sobre el que se cernía el peligro de lagareros profanos.
-- «Señor, protege Tú a estas siervas tuyas, pues yo no puedo hacerlo».
-- Y la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad que decía:
-- «Yo te defenderé siempre...»
-- Madonna Clara se volvió a las hermanas y les dijo:
-- «No temáis, porque yo os aseguro que no sufriréis mal alguno, ni ahora ni en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios» (Proceso 9,2).
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