29 de junio: santos Pedro y Pablo.
POR QUÉ CONFESAMOS SER UNA IGLESIA APOSTÓLICA
✍🏻 Javier López Muñoz, S.J.
Al recitar el Credo, proclamamos nuestra fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Una, porque está unida en un solo cuerpo por obra del Espíritu Santo. Santa, porque es un cuerpo que tiene a Cristo por cabeza, aunque sus miembros seamos pecadores. Católica, por universal. Pero… ¿por qué la llamamos apostólica?
Etimológicamente, la palabra “apostólica” se relaciona con apóstol. El sustantivo griego apóstolos significa enviado; y el verbo enviar es apostello. Enviar tiene doble dimensión: remite al origen de quien envía y apunta hacia un objetivo. El enviado tiene una tarea, una meta que alcanzar.
Así, la Iglesia es apostólica porque tiene su origen en Cristo y ha sido fundada por los apóstoles, elegidos como testigos para enviarlos. En la Iglesia y los discípulos, Jesús continúa su propia misión: “Como el Padre me envió, también yo les envío” (Juan 20, 21).
¿Y para qué los envía? “Para llevar la buena noticia a los pobres, a los prisioneros la liberación, a los ciegos la vista y para devolver la libertad a los oprimidos” (Lucas 4, 18). Y les hizo la promesa de permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (Mateo 28, 20).
Los testigos presenciales murieron, como los apóstoles Felipe y Santiago, cuya fiesta celebramos el 3 de mayo. Pero el encargo de Cristo continúa gracias al cuidado de instituir sucesores. San Pablo indica a Tito, compañero de misión, las cualidades de los obispos y presbíteros de la Iglesia (Tito 1, 1-5).
Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que es “enviada” al mundo entero; todos sus miembros, como nosotros hoy, son enviados. Cada bautizado y confirmado en la fe se convierte en apóstol, en testigo y vivo instrumento de la misión de la Iglesia (Efesios 4, 7). El Catecismo de la Iglesia Católica (# 857 y ss) explica cómo la Iglesia es apostólica porque está edificada sobre los cimientos de “los doce Apóstoles del Cordero” (Apocalipsis 21, 14). Y llega desde el siglo I hasta hoy en una cadena ininterrumpida porque cuenta con la promesa de Cristo a Pedro: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (ver Mateo 16, 18).
Cristo dirige a su Iglesia por medio de Pedro y los apóstoles, presentes en sus sucesores, el papa y los obispos, y en el apostolado de cada bautizado y confirmado que, en unión con ellos, anuncia el Reino de Dios y su justicia.
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