Si se emplea incienso, después de que el sacerdote se inclina para orar, el que preside pone unos granos de incienso en el turíbulo. El incienso tiene el significado de oración y de purificación. Por medio de la acción ritual de incensar se le pide a Dios que suban nuestras oraciones a su presencia, así como sube el humo hasta lo alto, como dice el salmo 141 (2). Así como el aroma del incienso aleja los malos olores, le pedimos a Dios que purifique toda la putrefacción del pecado de nuestra vida.
El sacerdote inciensa las ofrendas para purificarlas, que sea santo lo que se transformará en Jesús. Como los levitas, que disponían todos los días el pan sobre la mesa y quemaban incienso (2 Cro 13, 11). Es como si bañando esas materias con un humo sagrado las separara de un uso profano.
También inciensa el altar, para que sea un lugar puro en donde llegue Jesús, y desde donde se ofrezca el Sacrificio. El sacerdote no dice nada al incensar. Tanto él, como todos los fieles pueden pedirle a Dios que llegue hasta él la oración, el trabajo y la vida de todos los fieles que se ha puesto sobre el altar.
Después, un diácono o un acólito inciensa al sacerdote. Con esta acción se le pide a Dios que purifique al hombre que ha de ofrecer el sacrificio, y que sus oraciones suban hasta el Trono de la Gloria. También se pide lo mismo con la incensación a los concelebrantes, si los hay, que se hace después.
Finalmente se inciensa a los fieles, para rogar su purificación antes de participar en el sacrificio que se ofrecerá al Padre por medio del Espíritu Santo, para que sus oraciones también suban hasta el Cielo.
Se perfuma con el incienso a los celebrantes y a los fieles para rogarle a Dios que los haga, a semejanza de Cristo, oblación y víctima de suave aroma (Ef 5, 1).
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