Las noticias sobre Marta de Betania, ciudad a pocos kilómetros de Jerusalén, las encontramos en los Evangelios. Hermana de Lázaro y María, sus trazos son los de una mujer diligente y meticulosa, seguramente una de las primeras en creer en Jesús. Lo hospeda en su casa varias veces, de camino a la predicación en Judea. Y es el retrato de Lucas el que ofrece más detalles de Marta, describiéndola en su cotidianeidad. Narrando una de las veces en que Jesús se encuentra a la mesa con los amigos de Betania, el evangelista escribe: «tenía ella una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude”. Le respondió el Señor: “Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”» (Lc 10,38-42). El Maestro reprende a Marta, para hacerle comprender que su encomiable laboriosidad, corre el riesgo de hacerle descuidar su vida interior. Es una advertencia que hace reflexionar sobre lo importante que es nutrir el espíritu, la escucha de la Palabra de Dios, porque es la Palabra de Dios la que da el sentido a la actividad cotidiana. De cualquier modo, por su amorosa dedicación para ofrecer al huésped un descanso confortable en su casa, Marta es reconocida por la Iglesia como modelo de laboriosidad. En tanto que Marta y María son respectivamente el ejemplo de la acción y de la contemplación, de la vida activa y de la oración, dos aspectos que no deben faltar en un cristiano, y que no deben contraponerse, sino ser complementarios.
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