Pantaleón llegó a comprender, así, que la enfermedad y el sufrimiento no lo destruyen todo. La muerte no tiene la última palabra.
Cristo está en el que sufre
Hoy celebramos a San Pantaleón, el médico mártir de la sangre milagrosa
27 de julio de 2023 / 12:01 a. m.
Cada 27 de julio, la Iglesia celebra a San Pantaleón mártir, médico nacido a fines del siglo III en Nicomedia (actual Turquía). Es uno de los catorce “santos auxiliadores”; es decir, forma parte del grupo de santos cuya intercesión se solicita cuando se presentan determinados males o enfermedades. Pantaleón intercede contra los dolores de cabeza y la tuberculosis.
El nombre “Pantaleón” está copiado del griego y posee un hermoso significado: “El que se compadece de todos” (Παντελεήμων, Panteleímon), rasgo que el santo supo plasmar a través de la medicina. Todo buen médico debe “compadecerse”, es decir, tener empatía con sus pacientes. Precisamente como el dolor no le es indiferente, el médico busca la mejor manera para aliviar o curar.
Una vida dedicada a servir mediante la medicina
Gracias a un antiguo manuscrito del siglo IV -hoy conservado en el Museo Británico (Londres, Inglaterra)- podemos conocer datos importantes sobre la vida y la muerte de San Pantaleón.
El médico nació alrededor del año 275 en Nicomedia. Fue hijo de madre cristiana, pero no se sintió particularmente tocado por la fe. Apenas alcanzó la edad suficiente, empezó a vivir como un pagano más y rechazó el cristianismo. Sin embargo, su hambre de conocimiento y el deseo de ayudar a otros lo motivaron a hacerse médico, igual que su padre.
Como tal, gozó de gran reputación y fama, llegando a atender al emperador Galerio Maximiano. Su vida parecía transcurrir sin mayores preocupaciones, hasta que conoció a Hermolao, un sacerdote cristiano. Este lo animó a conocer otro tipo de “medicina” -esa que reconoce que toda “curación proveniente de lo más alto”-.
Fue así como Pantaleón entró en contacto nuevamente con miembros de la Iglesia. Poco a poco, el médico fue descubriendo que su saber en torno a la naturaleza humana podía cobrar un sentido más elevado y pleno, muy por encima de sus cálculos iniciales. Quien sufre de una enfermedad padece también en el alma, no solo en el cuerpo. Cristo amplió su comprensión del dolor, la enfermedad y de la muerte. Pantaleón experimentó de cerca el dolor de enfermos y moribundos y, por primera vez, su corazón se abría a la esperanza en una vida que no conoce el final, la vida eterna.
Pantaleón llegó a comprender, así, que la enfermedad y el sufrimiento no lo destruyen todo. La muerte no tiene la última palabra.
Cristo está en el que sufre
En su proceso de conversión, Hermolao fue determinante. La amistad entre ambos abrió una puerta por la que Cristo entró: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc 3, 20).
Como consecuencia de ese “encuentro” personal con Jesús, Pantaleón empezó a servirlo en todo sufriente, en los postrados, vulnerables. En ellos está el mismo Cristo.
Condenado a muerte
Cuando la persecución de Diocleciano se extendió a Nicomedia, Pantaleón regaló todo lo que tenía a los necesitados e inició una vida en la clandestinidad como muchos otros cristianos. Lamentablemente algunos médicos que le guardaban envidia lo delataron a las autoridades. Luego sería apresado junto a un grupo de cristianos entre los que estaba Hermolao.
Cuando la noticia de su captura llegó a oídos del emperador, este quiso salvarlo en secreto. Le mandó decir que le concedía la oportunidad de vivir, siempre y cuando renunciara a su religión. Pantaleón se negó a aceptar tal condición. Después, como para que no quedara duda del poder de su fe, curó milagrosamente a un paralítico frente a sus enemigos.
Su proceder fue considerado una afrenta más contra el emperador, por lo que el santo fue condenado a ser torturado hasta morir. Sus verdugos lo torturaron de diferentes maneras, pero Pantaleón seguía vivo. Así que se ordenó que fuera decapitado junto a sus compañeros.
Así la tradición enlista los intentos fallidos por quitarle la vida: primero, lo arrojaron al fuego; luego, le echaron plomo fundido sobre el tórax; tras eso, intentaron ahogarlo, le arrojaron piedras, y lo ataron a la “rueda”. Finalmente, quisieron atravesar su cuerpo con una espada. Como a todo esto logró sobrevivir, según la costumbre, se procedió a que le cortaran el cuello.
Su cuerpo había sido atado a un árbol seco por sus verdugos. Este, al quedar manchado con su sangre, revivió a los pocos días.
San Pantaleón y sus amigos recibieron la corona del martirio el 27 de julio de 305. Pantaleón tenía 29 años.
El milagro de la sangre
Sus reliquias -incluyendo muestras de su sangre- se conservan en distintos lugares: están repartidas entre Constantinopla (Turquía), Ravello (Italia) y el Real Monasterio de la Encarnación en Madrid (España), bajo la custodia de las Agustinas Recoletas.
Es en este monasterio donde se preserva una muestra de la sangre de San Pantaleón, que permanece en estado sólido todo el año, a excepción del 27 de julio. En esta fecha, día de su fiesta litúrgica, se produce el milagro de la “licuefacción” (la sangre de San Pantaleón se vuelve líquida). Cuando el milagro tiene lugar, las religiosas del monasterio abren las puertas del recinto al público para que los devotos aprecien el acontecimiento.
Extraído de aciprensa
ordendesanbenito.org
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