Testimonios Místicos de la Asunción
Testimonios místicos
Continuación
Quería Jesús llevarse a su Madre viva. Pero ella, indigna criatura, no puede pasar menos que su Hijo e Hijo de Dios. Postróse la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva, entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos, que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida, os acompañe también en morir .
Aprobó Cristo nuestro Salvador este último sacrificio y voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. En este momento solemne, los Angeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos del Cantar de los Cantares y otros nuevos. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y la casa del Cenáculo se llenó de un resplandor admirable. La presencia del Señor fue percibida por varios de los Apóstoles; los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los Angeles la percibieron los Apóstoles, los discípulos y muchos otros fieles que allí estaban.
Al entonar los Angeles la música, se reclinó María santísima en su lecho, puestas las manos juntas sobre su pecho y los ojos fijos en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Siente la Madre de Dios un abundante influjo del Espíritu Santo que invade todo su cuerpo. Las fuerzas que se le iban eran reemplazadas por una fuerza de Amor. El Amor excedía la capacidad de su cuerpo. Y en esa entrega de Amor, sucede la dormición de la Madre de Dios: sin esfuerzo alguno, su alma abandona el cuerpo y María queda como dormida.
Las facciones de la Virgen Santísima se transfiguran: parecía totalmente inflamada con el fuego de la caridad seráfica, en su bellísimo semblante apareció una expresión de gozo celestial, acompañada de una suave sonrisa. Los presentes no sabían si realmente se había muerto. Todo era tan hermoso y suave que no era posible asociarlo con una muerte.
El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí una admirable y nueva fragancia, mientras yacía rodeado de miles de Angeles de su custodia. El fulgor que irradiaba la Virgen María era el Espíritu Santo. Fue una manifestación especial que mostraba la grandeza de la Madre de Dios, poniéndose de manifiesto lo que había estado siempre escondido por la grandísima humildad de la más humilde de las criaturas.
Extraído de Homilía
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