HIJOS E HIJAS DE MARÍA EN ÉSTA TIERRA CUBANA
✍🏼 Antonio Masferrer, S.J.
(Homilia realizada en la Basílica Menor de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Centro Habana, 8 de septiembre de 2025)
Hermanos y hermanas, permítanme comenzar contándoles sobre una abuela que conocí en San Miguel del Padrón. Esta mujer, con sus años a cuestas y sus manos curtidas por la vida, se puso su mejor vestido —el único que le quedaba— y caminó hasta la iglesia. Esa semana se le había acabado el poco gas que tenía. La electricidad faltaba, como siempre. El dinero no alcanzaba. Y la poca comida que quedaba en casa se la daba toda a su nieta, con quien vivía sola en una pequeña habitación.
Pero ¿saben qué? Esa abuela no iba a la iglesia a quejarse. Iba a dar gracias a Dios porque había encontrado el sentido de su vida: proteger a su nieta. Pedía fuerzas para seguir buscando el alimento necesario para que la niña creciera. Confiaba con fe que el hambre no sería signo de muerte para su pequeña. Luchaba cada día para que su nieta no se intoxicara con la desesperanza que esta situación provoca. Quería estar en movimiento, en protección, en cuidado constante.
Esa abuela, queridos hermanos, tiene a su nieta como motor para seguir viviendo. Su dignidad como mujer trasciende toda precariedad. Quiere seguir luchando. Quiere seguir siendo portadora de esperanza.
En este día que celebramos, recordamos que la presencia de Dios en nuestra vida y nuestra historia ha sido tocada por el amor de una madre. La Virgen de la Caridad nos viene a recordar algo fundamental: a pesar de todas las situaciones de fragilidad que este pueblo está atravesando —esas grietas visibles por las que caminamos día tras día— hay un matiz distinto que lo cambia todo, de que no estamos solos en este camino.
No, hermanos, la soledad no es el color principal de nuestra historia. Hay una madre que nos acompaña. Hay una mujer concreta, María de Nazareth, que vivió una historia de sufrimiento profundo, pero también de esperanza radiante. Una mujer que supo que la muerte de su hijo no iba a ser el final trágico de su historia de maternidad, sino que la Resurrección de Jesús hizo nacer en ella una maternidad universal.
No podemos reconocer la fuerza maternal de María sin conocer a Jesús y su mensaje. Sin conocer la fuerza del perdón que trascendió en Él para que la muerte y la destrucción no acabaran con su proyecto de amor y redención.
Así como esa abuela de San Miguel del Padrón, que expresó su dignidad siendo hija de María, nuestra Virgen de la Caridad quiere ser presencia viva en Cuba. No somos huérfanos de madre. Ella quiere proteger nuestro corazón, ayudarnos a crecer como verdadera humanidad. Y nosotros podemos colaborar con ella. Podemos ser portadores de esa distinción sagrada: ser hijos e hijas de María. Podemos ser portadores de esperanza en esta tierra nuestra.
Miremos a nuestro alrededor, hermanos. Miremos nuestras calles. No permitamos que la basura nos identifique. Tú no eres hijo de la basura. Tú eres hijo de María, que trabaja para que las condiciones sean de dignidad y cuidado para el otro.
Ser hijos de María es también reconocer que la libertad, la patria y la vida tienen que empezar por una disposición: ser liberados por Dios, sanados por Dios, capaces de perdonar a nuestros enemigos.
No podemos construir como hijos de María una patria desde el rencor y el resentimiento. Si Cuba ha de resucitar —y sí puede resucitar— tiene que ser desde el perdón, desde la cercanía, desde el cuidado mutuo. El abrazo y el cariño que María nos da no es para responder desde la guerra, desde el fusil del odio y del rencor. Durante muchos años nos han dicho que vivimos en una eterna batalla, que debemos estar preparados y atrincherados para alcanzar la libertad a través de la violencia.
Pero ser hijos de María es tener la libertad de cortar con ese círculo de violencia. De decir "ya basta". De ser portadores de reconciliación.
No es pasividad: es amor. No provoques violencia con tu hermano. Hoy tenemos que permitir que el abrazo de paz sea real, sea sincero, sea verdadero, sea perpetuo. Estos valores que profesamos —el cuidado, la protección, la esperanza— son la expresión de la verdadera cubanía. Como esa abuela que se puso su mejor ropa para ir a dar gracias a Dios, que camina en San Miguel del Padrón expresando su dignidad de ser hija de María, nosotros también podemos ser portadores de libertad, de amor, de concordia.
A pesar de las limitaciones y precariedades, podemos avanzar. Podemos resucitar este espacio sagrado que es Cuba. Podemos ser luz y vida para nuestro pueblo.
Queremos proclamar y decir juntos, con el corazón lleno de esperanza:
"Yo no estoy solo." "Yo quiero ser hijo de María." "Yo sí quiero decir Patria y vida."
¡Que viva la Virgen de la Caridad del Cobre! ¡Que viva la Virgen de la Caridad del Cobre! ¡Que viva la Virgen de la Caridad del Cobre!
Amén.
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Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, salva a Cuba!
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